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Recorriendo la D.O. Navarra

Recorriendo la D.O. Navarra

19 septiembre | 2018

Navarra encierra dentro de sus fronteras un auténtico paraíso vitivinícola que gracias a su diversidad paisajística, la gran tradición gastronómica y la antigua historia de un reino, se convierte en una auténtica experiencia enoturística con marcado carácter y personalidad propia. El visitante, en tan sólo cien kilómetros de distancia, puede disfrutar de los frondosos bosques de la montaña pirenaica y de los aledaños del desierto más grande de Europa, las Bardenas Reales. Esta particularidad trasciende y se manifiesta en sus gentes, sus tradiciones y por supuesto, en sus vinos. 

Hay tanto que abarcar que por eso la Ruta del Vino de Navarra se relanza este año ampliada, más ambiciosa, para llegar a todos los rincones de la Denominación de Origen Navarra dividida en cinco zonas: Tierra Estella, Valdizarbe, Baja Montaña, Ribera Baja y Ribera Alta.


Quien discurra por sus trayectos, conocerá Tierra Estella donde los amantes de la naturaleza recorrerán bosques atlánticos y paisajes mediterráneos, su sierra y sus llanos, sus tonos verdes y sus amarillos. Es un pintoresco itinerario en el que cobran protagonismo los monumentos, poblaciones históricas que jalonan el Camino de Santiago: Valle de Yerri, Estella, Villamayor de Monjardín…. Y vestigios romanos, como la Villa de las Musas, la bodega romana de Arellano. Zona de tesoros culinarios, de pimiento del piquillo, espárrago blanco, trufa, de sal, de pan, de aceite y de vino. Nobles chardonnays para sus blancos, tradicionales ensamblajes navarros para sus tintos, honestos. Es una tierra de sensibilidad ecológica y respeto por el entorno y el territorio.

Entorno casi mágico

La vecina y hermana zona de Valdizarbe guarda en su interior tradicionales localidades vitivinícolas como Cirauqui, Añorbe y Mañeru e importantes localidades jacobeas como Puente La Reina, en un entorno casi mágico de valles y montañas en cuyas laderas descansan idílicos pueblos y excelsos hitos artísticos como Santa María de Eunate. Comarca de ricas garnachas continentales que dan forma a sus característicos tintos.


Hasta aquí llegan las postrimerías de la Baja Montaña donde esas garnachas criadas en algunos de los viñedos más altos de la Denominación de Origen tornan en matices más atlánticos. Es un paraje en el que se revelan los misterios de múltiples santuarios, ruinas y castillos como el Monasterio de Leyre, Santa María de Ujué o el Castillo de Javier y la naturaleza caprichosa da forma a inesperados parajes de singular belleza como la Foz de Lumbier. Aquí se disfruta de una destacada gastronomía “de toda la vida”, de siempre, de “alubias pochas”, cordero, ajoarriero, entre otros platos típicos del recetario navarro.

Arraigo vitivinícola

La soleada ribera navarra se divide en dos: Alta y Baja para la vetusta denominación de origen. Empezando por el principio, la Ruta alberga una de las localidades medievales más imponentes, Olite, una de las cunas del antiguo reino. Ciudad que comparte zona con Artajona donde se alza su monumental cerco o Carcastillo que aloja al Monasterio de la Oliva, cenobio cisterciense que lleva más de ocho siglos elaborando vino de forma ininterrumpida. La Ribera Alta alberga también la tradición viverista de la región: Larraga o Berbinzana forman parte de las grandes mecas de la producción de plantas de vid en el panorama nacional. Y así se salpica la geografía de notables localidades de gran arraigo vitivinícola. Los rosados encuentran en esta tierra una de sus mejores expresiones además de los tintos de Garnacha, Tempranillo, Graciano… para disfrutar de un sabroso pisto o de un rico asado de gorrín, el cochinillo navarro. Los blancos son elaborados de manera maestra con Chardonnay, Viura o bien dulces con Moscatel de Grano Menudo.



El relato navarro

Una tradición compartida en la Ribera Baja. Esta zona es el remanso, la huerta y el desierto de la región. Deliciosas alcachofas, cardos, espárragos, cogollos… que se elaboran a diario en las cocinas de las casas y restaurantes. Sus vinos rosados de Garnacha, afamada muestra de la identidad más navarra, variedad que se encuentra en sus tintos junto con tempranillos y merlots de la viña que inunda desde su origen ciudades y pueblos como Corella, Tudela o Cintruénigo y Murchante.

Esta riqueza cultural, paisajística, gastronómica, vitivinícola y sus tradiciones se celebran y se ensalzan en las numerosas fiestas populares. Y así se teje el carácter y la identidad que se da a conocer y se pone de manifiesto en sus vinos, como expresión de una tierra. Cada botella de vino Navarra encierra un relato que no puede ser narrado en otro territorio y que declama hito a hito la Ruta del Vino.  

(Fotografías de Patxi Úriz

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